Sunday, September 13, 2015

Mi experiencia Vipassana (II)


Nos retiramos del comedor y nos dirigimos a la entrada de la sala de meditación. Era un salón grande y espacioso, el cual estaba dividido en dos: el área de hombres y el área de mujeres. Luego de dejar mis zapatos en la entrada, fui al espacio número 22, el cual tendría durante todo el curso.


No nos dieron instrucciones sobre cómo meditar, tampoco sobre una determinada postura o en qué pensar. La instrucción fue una: siente el paso del aire por tu nariz y obsérvalo. ¿Sentir el paso del aire por mi nariz? ¿Observarlo? ¿Qué es eso? ¿Nada de “ohm” o ponerme en posición de flor de loto? ¿Sólo sentarme y respirar? Si bien empecé a pensar en mil razones para cuestionar ello, me relajé, tomé una respiración profunda y me propuse a intentarlo.




El silencio que me rodeaba era algo nuevo. Pocas veces había estado en tanta ausencia de sonido. Continué respirando y respirando, hasta que mi mente se aburrió y empezó a decir “hazme caso”. Cual chiquillo llamando la atención, empezó a cantar. Mientras intentaba observar mi respiración, escuchaba todo tipo de canciones; desde canciones de mis archivos personales hasta canciones que he escuchado en la calle o en alguna unidad de transporte público. Desde “Running Up That Hill”, pasando por “Touch Me Like You Do”, hasta –para remate- “La vela maldita”. Pasaban los minutos y era el turno de los dolores de cuerpo. A mi amigo cuerpo no le agradó la sensación de estar tanto tiempo sin moverse, por lo que empezó a mandar señales de dolor en la espalda, en las rodillas y en el trasero. Luego de minutos interminables (que más se sintieron como  horas), la primera jornada de meditación terminó. Era hora de dormir.




Como mencioné antes, me tocaba compartir cuarto con tres personas más. Nuestro cuarto tenía el tamaño justo para que cada uno tenga su propio espacio sin incomodar al otro. El gran detalle: un sólo baño, el cual compartiríamos con cuatro personas más del cuarto vecino. ¿Cómo íbamos a ponernos de acuerdo para usar un baño entre ocho personas? Si incluso entre dos es difícil, cómo íbamos a hacerlo para ocho personas y en silencio era un misterio. Fui uno de los primeros en llegar al cuarto, por lo que me lavé, me cambié y metí a la cama, como queriendo apurar la llegada del día siguiente. Por momentos me invadía la misma pregunta de antes, “¿en qué me he metido?”, “¿qué hago aquí?”; “¿diez días así?” Decidí cerrar mis ojos, dejar ir todo y dormir. Terminaba el día 0 del curso…


Posible escenario del baño...


No recuerdo qué soñé esa primera noche pero recuerdo muy bien el sonido del gong a las 4:00 a.m., el cual indicaba el inicio del día 1. Pocas veces he estado despierto a esa hora y cuando lo he estado, casi todas han involucrado una noche de amanecida con alcohol. Para mi sorpresa, me resultó sencillo levantarme. Me desenrollé de la bolsa de dormir y luego de lavarme y vestirme, salí al frío y la llovizna, y bajé a la sala de meditación.





La mayoría de meditaciones iniciaban con un audio que contenía cánticos indescifrables para alguien que habla español, e instrucciones en inglés-hindú, con posterior doblaje al español. Transcurrió una vida (que en realidad fueron dos horas) con mi mente cantando “vela maldita, vela maldita” y con los dolores ya familiares del día anterior. Sonó el gong. Era hora de desayunar. Lo que más recuerdo de los primeros desayunos no fue la comida sino los rostros de los otros participantes. Si bien no hacía contacto visual directo con alguno, en el barrido visual observaba todo tipo de expresiones (ninguna feliz). Recordaba haber visto más alegría y gusto por la vida, en un documental de la cárcel que en ese comedor. Rostros desencajados, incomodidad, sueño; algo así como “La vida es bella” a partir de la segunda mitad de la película.


Comida vegetariana... Ñam...
Olvidé un detalle interesante. Cuando mencioné que íbamos a comer lo que nos daban, ello era por el hecho de que lo único que comeríamos sería comida vegetariana. Así como le dijiste adiós a tu celular, también le dirías adiós a la carne y a los derivados de animales (leche, queso, yogurt). 100% comida vegetariana. Si pensabas encontrar refugio en la comida para llenar tu vacío existencial en esos días, mejor empezabas a usar tu imaginación para que esas deliciosas menestras, carne de soya y verduras se conviertan en chicharrón o en pollo a la brasa. “Miraré el lado bueno”, me dije. “Me desintoxicaré y por ahí retorno a mi peso”. Después del desayuno, iba prácticamente corriendo a mi cama para echarme y dormir. Los minutos eran valiosos y cualquier minuto extra haría la diferencia para no caer dormido en el siguiente turno de meditación.


Gong; meditación; gong; almuerzo; carrera a la cama para descansar; gong; meditación; gong; meditación; gong; meditación; gong; discurso; gong; meditación; gong; dormir. Día 1 concluido. Había sobrevivido… Seguía ahí. Aquella noche extrañé todo lo que había dejado hace un par de días. Extrañaba mi casa, mi techo, a mi hermana, a mis papás, personas especiales, amigos, caminar… Como no podía hablar ni siquiera conmigo mismo hice algo para darme fuerzas y seguir. Esa primera noche, ya en pijama y antes de dormir, me abracé a mí mismo y me felicité por el buen trabajo de ese primer día. Quedaban nueve días. Nueve días de comida que no era mi predilecta, nueve días sin música, sin leer, sin amigos ni compañía.


Hasta el momento de este relato, todo les puede parecer un calvario, un envenenamiento largo y doloroso. Sin embargo, no en vano recomiendo esta experiencia a todo ser viviente, a toda persona que desee algo de paz interior. Las cosas iban a cambiar drásticamente.


“Felicitaciones, lo has hecho muy bien; cada vez falta menos”, me dije. Iba un día y ya bordeaba la locura…





(Continuaré…)


P.S.:

¿Curiosidad por la "vela maldita"? Aquí está...



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